martes, 24 de junio de 2014

Un día normal

Es temprano y te levantas con alegría, te bañas, te arreglas, desayunas y te preparas para salir al trabajo. Enciendes tu automóvil y te enteras que el señor Mancera aplicará el doble "hoy no circula", te enojas terriblemente al punto de que tu estómago gruñe en coro con tu colera.

Sales de tu casa, echas de reversa tu carro y sales sin problemas, al menos hoy sale algo bien. Tomas la recta que sale a alguna avenida importante. ¡Oh sorpresa! hay tráfico, con enojo respiras hondo y sabes que será un largo trayecto, aceleras un poco y frenas dos minutos, así será por lo menos cuatro kilómetros, te das cuenta que esto es un caos, nadie respeta, nadie le importa nada. Al demonio con la educación vial, no hay uno y uno, no hay carriles exclusivos de metrobús ni tampoco líneas piatonales, todo es una avenida en potencia.

La policía llega a empeorar todo, en lugar de "educarnos" te das cuenta que también ignora todas las reglas de tránsito, a los 20 minutos, el policía y dos carros han  provocado un estruendoso tráfico, no hay nadie que te salve, el microbusero te sigue echando el carro y tu furibundo guardas la calma porque sabes no llegarás al trabajo.

Llegas por fin al trabajo y te dices "ya no utilizaré el carro" mientras ves en la puerta de tu edificio de trabajo a dos compañeros más que viven más cerca que tú y se vienen en metro decir que alguien se había aventado al metro y los retrasó. Respiras y eres conciente de que no hay opción. El transporte público es una basura al igual que el carro: son caros, tardados, ineficientes y nunca te anticipas lo suficiente para alguna desgracia en el camino.

Ya en el trabajo y con el día sin pago, te preguntas ¿por qué hago esto? ¿por qué sigo las relgas? son preguntas que siempre te vienen en un día difícil. No sabes porqué. Sigues trabajando pensando en como es que después de pagar muchos impuestos, los servicios sean tan inútiles, y después recuerdas que somos casi 20 millones de personas intentando movernos en esta mal construida ciudad. Respiras nuevamente y te enfureces un poco ante la impotencia de tu inútil reflexión.




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